Historia de la raza Criolla

La antigua y famosa raza andaluza

por Fabian Corral Burbano de Lara

Las razas criollas sudamericanas provienen del antiguo caballo andaluz que trajeron los conquistadores. Animales de gran fortaleza y rusticidad, se adaptaron rápidamente a las duras condiciones  de la nueva geografía y, desde el inicio de la Conquista, fueron elemento determinante en la guerra “contra los naturales”. La  colonización y la formación de las naciones y  la cultura no habrían sido posibles sin ese factor. El caballo criollo hizo posible América.

Garcilaso de la Vega, el cronista peruano descendiente de un capitán español y de una princesa inca,  escribió: “mi tierra se conquistó a la jineta” y  “las razas de los caballos de todos los reinos y provincias de las Indias descubiertas por los españoles después de 1492 y hasta el presente, son de las yeguas y caballos de España, particularmente de Andalucía.” Pocos años después del descubrimiento, los criaderos de la Española, Cuba y Centroamérica, proporcionaban excelentes animales de guerra para la conquista del Imperio Azteca y para las “entradas” que los aventureros españoles hicieron al Perú,  Quito, Chile, Tucumán,  y lo que luego serían el virreinato de La Plata y los demás pueblos sudamericanos.

El antiguo caballo andaluz -que hoy es una raza extinta- nada tuvo de árabe. La caballadas que existían en los días de la conquista,  en Córdoba, Sevilla y Jerez de la Frontera, zona proveedora de yeguarizos para las Indias, eran originarios de las partidas de animales berberiscos  que siglos antes llevaron a España los invasores moros y que, cruzados con los caballos nativos, formaron el afamado caballo español, conocido entonces como “caballo jinete”, en alusión a los guerreros de la tribumorisca de los “xenetíes”, insignes criadores y guerreros, que expandieron en los reinos castellanos los  aperos, deportes y prácticas conocidas  como la “escuela de la jineta”, originaria de  las tradiciones, estilos, formas de domar y cabalgar que conservan gauchos, chalanes, huasos y chagras y propios de la doma vaquera.

El caballo andaluz del siglo XVI, famoso en toda Europa por su fortaleza,  sus aires y arrogancia, bueno para la guerra y los rudos deportes de entonces, según el hipólogo  argentino Ángel Cabrera, “... era más chico que grande,  de tipo perfectamente mesomorfo, generalmente un poco cerca de tierra, con caja amplia, pecho ancho, cuello musculoso y algo corto, grupa redonda y en declive, cola inserta bastante baja, rasgos esto dos últimos característicos de la razaberberisca.” Su alzada estaba en torno a  1.47 m a la cruz, lo que entones se llamaba la “marca española”, o las “siete cuartas.”


Cuadro: Un caballo blanco, Vélasquez

El caballo andaluz de aquella época, no era, en rigor, nada parecido al actual pura raza español. Este último es el resultado de cruces hechos después sobre los antiguos caballos andaluces.   Así, ya en el siglo XVII, la yeguada real de Aranjuez se mezcló con reproductores frisones y daneses. Los Borbones introdujeron caballos napolitanos. La invasión napoleónica modificó  la originaria raza caballar española. Pero los caballos criollos americanos -argentinos, chilenos, paso peruano, etc.- llegados a las Indias antes de las cruzas sistemáticas, conservan, en general, los rasgos del primitivo español del siglo XVI.

Nacimiento de la raza criolla

Los caballos de los conquistadores dieron origen a los distintos tipos de caballos sudamericanos. Me referiré ahora los de la denominada “raza criolla”, cuyo hábitat se extiende desde el sur del Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, advirtiendo, sin embargo, que son del mismo tronco los peruanos de paso, los llaneros venezolanos y los que viven en el campo del Ecuador.

“A partir de aquellos padrillos y aquellas yeguas, sometidos a distintos climas, alimentados con otras pasturas, empleados en distintas faenas, los descendientes se adaptaron a los medios geográficos, a las enfermedades traicioneras, a las acechanzas del entorno, y de tal modo fueron apareciendo, ya en las bagualadas, ya en los caballos de monta, morfologías somáticas y dones fisiológicos que manejados por las cruzas y selecciones impuestas por el hombre, dieron lugar al nacimiento de los diversos tipos de caballos criollos americanos. Caballos llaneros y mesteños, caballos montados por huasos chilenos y charros mexicanos, tropillas de un solo pelo de los gauchos rioplatenses...fueron construyendo la realidad y la leyenda del caballo criollo. Y a sí nace, se reproduce y cría este ejemplar de galope corto y aliento largo, pleno de virtudes físicas, rico en recursos, frugal y sufrido, buen trotador chasquero, rey del sobrepaso, andador en aire de ambladura si se le adiestra convenientemente, ducho en el rodeo, lindo y bien armado cuando el jinete, luciendo las domingueras pilchas de cristianar, visita el vecindario, siempre dispuesto a alentar el lucimiento del amo, amigo y señor que lo enseña a caracolear, a cortar chiquito, a coscojear, a presumir en suma.”

Durante la Colonia, el caballo criollo afirmó sus características en toda América; fue parte de su historia; hizo posible la construcción de estos países; generó en torno a sí una cultura, un modo de ser humano -charros, chagras, gauchos, huasos y llaneros-, transformó a las tribus indígenas en pueblos equitadores -pieles rojas, araucanos, pampas y tehuelches- que prolongaron su libertad a lomo de estos animales, que se incorporaron a su vida colectiva y fueron su arma, vehículo, alimento y pasión. Aperos y atuendos, ponchos y canciones, costumbres y estilos, nacieron en torno a los criollos.


Pintura: "Fui puestero en el Tandil" - Carlos Montefusco

En Chile, las necesidades de la guerra, la ganadería y el transporte generaron tempranamente su característica cultura ecuestre. Hacia mediados del  siglo XVII,  ya había criaderos de caballos de “brazos” -es decir ambladores con mucho término y agudeza- en las haciendas del valle central, buenos la ostentación en paseos y desfiles; o de paso, para los viajes; y, de trote y galope para el combate y el rodeo -el deporte nacional-. Los caballos chilenos eran famosos por su belleza, espuela y docilidad desde inicios de la Colonia. Los huasos son la expresión humana de esa portentosa afición al caballo criollo que se conserva  en Chile.

El criollo argentino

Argentina, Uruguay y el sur del Brasil constituyen la región sudamericana de más amplia difusión del caballo criollo. Algunos de los animales  de guerra que llevó consigo, en 1535,  don Pedro de Mendoza, el conquistador de La Plata, quedaron libres después del incendio y destrucción de Buenos Aires por las tribus indígenas. Gracias a las condiciones de la pampa, ese pequeño lote se adaptó y reprodujo portentosamente. Sus descendientes llegaron a conformar  manadas de cientos de miles de animales salvajes -los baguales- a los que miró con asombro el conquistador español Garay, cuando llegó a esos territorios en 1580. Esos caballos se mezclaron después con los que llevó Alvar Núñez Cabeza de Vaca a la conquista del Paraguay y los que posteriormente se introdujeron en el actual Uruguay y sur del Brasil, todos del mismo origen andaluz, aunque algunos provenientes de Charcas y del Perú.

La vida colonial y la  tormentosa historia de la naciente Argentina giraron en torno al ganado y a los equinos. Las ventas de cuero, sebo y carne sostuvieron al país. La hacienda ganadera se manejó a caballo hasta la introducción del alambre de púas y aun después.  Los estancieros de la pampa criaban, además, grandes lotes de mulas que las vendían al Perú para el trabajo en las minas del Potosí. La ruta de las mulas, desde la pampa húmeda hasta el Alto Perú, fue descrita por Carrió de La Bandera, en ese clásico de viajes y descubrimientos coloniales de fines de los setecientos, que es “El Lazarillo de Ciegos Caminantes”. Surgió el gaucho como la expresión más completa del hombre a caballo.


Cuadro: La ultima Lomada, por Aldo Chiappe https://www.facebook.com/aldo.chiappe 

Gauchos y soldados hicieron historia a lomo de los criollos. Los indios pampas se transformaron en los mejores jinetes del mundo e hicieron así “la guerra del malón” que culminó recién a fines de los ochocientos. Caudillos como Juan Manuel de Rosas, Facundo Quiroga y José Gervasio Artigas fueron, ante todo, hombres de a caballo.


"Indio de Lanza" Junio 1879 - Eleodoro Marenco

Decadencia y reivindicación del criollo

La Argentina era un país poblado por caballos criollos de descendencia andaluza. Sin embargo, desde mediados del siglo XIX, se introdujeron  animales  ingleses y percherones. El mestizaje indiscriminado se extendió en búsqueda de caballos más altos, aunque resultaron poco funcionales para la guerra, la ganadería y los viajes. A principios del siglo XX, en algunas zonas de la provincia de Buenos Aires ya no era usual encontrar criollos puros.

Varios estancieros, entre ellos, don Emilio Solanet, zootecnista argentino, advirtieron la grave situación del criollo y se dieron a la tarea de buscar animales  puros para restaurar la pureza de la raza. Solanet los encontró en las lejanas tierras del Chubut. Compró un lote de yeguas y padrillos a un cacique indio y los condujo en un histórico viaje de mil ochocientos kilómetros a su criadero “El Cardal”, en la provincia de Buenos Aires. De ese lote de animales cuya raza había sido preservada gracias al aislamiento y al celo de las tribus indias, resurgieron los criollos puros. De ese esfuerzo nació el registro de la raza y la determinación de sus características.

Entre los caballos criollos del Chubut, adquiridos por Solanet estaban dos, ya maduros, el “Gato” y el “Mancha”. Ellos hicieron, entre 1925 y 1928, el histórico raid Buenos Aires- Nueva York que cubrió 22500 kilómetros por cordillera, desierto y selva. Se trata de una de las más exigentes pruebas funcionales de distancia que le posicionó a la raza criollo como la mejor en largas rutas. Los dos criollos regresaron en barco al criadero El Cardal donde murieron a los treinta años de edad. En 1925, el Ingeniero Abelardo Piovano hizo una prueba de distancia y resistencia entre Buenos Aires y Mendoza, sin mudar caballo, en el criollo “Lunarejo Cardal”. La distancia fue de  1380 kilómetros, en 15 días y con 96 kilos de peso (…).

Estándar de raza

El Estándar de raza adoptada por las asociaciones de criadores de criollo de Argentina, Brasil, Uruguay y Chile es: mesomorfo, alzada entre 140 y 1,50 m. Tórax 1,70  a 1.86, cerca de tierra. Cabeza de base ancha y vértice fino. Cuello robusto de largo mediano, cruz musculosa y poco destacada. Grupa ancha, cuadrada. Buen hueso, pecho notablemente amplio, gran estructura muscular. Generalmente de trote y galope, aunque hay algunos de sobrepaso, resistente y adaptable a condiciones muy rigurosas.

Predominan las capas castañas, bayas, alazanas, rosillas y tobianos. Son características la cinta obscura a lo largo de la columna vertebral, conocida como raya de mula, y las “cebraduras” o rayas de cebra en las patas, que aquí en Ecuador se llaman “mishimaqui”, o mano de gato.


Foto: Padrillo criollo argentino, propiedad del autor.

Bibliografía

Cabrera, Ángel, Caballos de América; Ponce de León y Zorrilla, Criollos de América; Salas, Alberto Mario, Las Armas de la Conquista.; Morales Padrón, Francisco, Historia del Descubrimiento y Conquista de América; Dowdall, Carlos, El Caballo del País; Solanet, Emilio, Raza Criolla; Solanet, Emilio, Pelajes Criollos; Sánenz, Justo, Equitación Gaucha

Autor: articulo escrito por Fabian Corral Burbano de Lara, Abogado y Doctor en Derecho (Ecuador), miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua desde el 2013, un amigo apasionado de la cultura criolla y de los caballos criollos, autor, entre ellos, del libro: Historia desde las anecdotas, Jinetes y Caballos, Aperos y Caminos, Tramaediciones 2014.